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Nuestra boca dice mucho de nosotros. Cuando hablamos es un foco de atención, y, al igual que los ojos, es objeto de todas las miradas. Con ella conversamos, comemos, sonreímos y besamos. Una sonrisa sana es señal de salud e higiene, además de mejorar nuestra imagen y autoestima.

Hay quien es consciente del mal estado de su dentadura, y quien no. No es fácil sonreír, hablar con un cliente o flirtear con una chica cuando se sabe que nuestros dientes están manchados o nos faltan piezas dentales.

Para poder hablar de una sonrisa sana tenemos que tener en cuenta varios factores.  El primero, las encías: tienen que tener un color rosa coral y la textura de una cáscara de naranja; no tienen que estar ni inflamadas ni enrojecidas. Los dientes han de estar medianamente alineados, limpios y brillantes, sin manchas. La lengua ha de estar limpia y el aliento fresco.

¿Cómo podemos conseguirlo? Hay que cepillarse los dientes dos veces al día, y no de cualquier forma. Algunos pensamos que nos lavamos bien cuando no es así. Para lavarnos bien los dientes hay un truco muy sencillo: hay que apoyar la mitad del cepillo en los dientes y la otra mitad en la encía, girando el cepillo 45º hacia la encía, e ir moviendo el cepillo con movimientos vibratorios. No hay que olvidarse de ninguna pieza ni rincón, es necesario cepillar por fuera y también la zona interlingual.

Después del cepillado hay que enjuagarse con un colutorio a base de flúor, y una vez al día, pasar una cinta dental fluorada por cada hueco entre los dientes. Así conseguiremos unas encías sanas y unos dientes limpios y sin sarro. Hay que visitar al dentista una vez al año, él valorará si es necesaria una limpieza profesional.

Nuestros dientes son nuestra joya más valiosa; cuídalos, son para toda la vida.